El pensamiento es inherente a la individualidad, a la creación
humana desde sus inicios. Un arma accesible a toda razón por el mero hecho de
existir, un mandoble inverosímil e inabarcable para la globalidad psíquica y un
estado imposible de delimitar, siendo incluso capaz de invertir las causas
positivas en consecuencias negativas. Ciertamente, el pensamiento está ligado
al despertar, al estado activo del día a día; dormir significa desconectar,
dejar al cerebro interpretar sin confeccionar voluntariamente. Puede ser
positivo o negativo, pero el estado onírico nos permite una desconexión que, de
no poder realizarse, nos haría perder la cordura en un radio de no más de una
semana.
La vida se rige por conocimientos, un largo renglón que mide los
conceptos que vamos interpretando y comprendiendo, que nos delimitan de manera
reciproca a medida que decidimos orientarlos hacia nuestras metas y
expectativas. Una suma que supedita al ser humano, que permite romper sus
fibras conceptuales y que, en su agrandamiento, rompen columnas para seguir
edificando. Pero ello es realmente peligroso. Y no digamos que acrecentar
responsabilidades nos limita como seres conscientes, pero alcanzado un punto,
el ser humano puede alcanzar un estado inconsciente y somatizado de su
distensión reflexiva.
Es decir, no actuamos como máquinas programadas comprensibles del
todo metódico y experimentadas a fin de normativas estipuladas, aunque, a fin
de cuentas, coincidimos con aquellas maquinarias que nos permiten amarrar nuestro
entorno; sin desconexión estamos expuestos a estropearnos paulatinamente, y
ello es capaz de minar cualquier estado mental, sobre todo si alcanza el matiz
somático y la consciencia hunde raíces en la inconsciencia más pura. Y no es
trascender hacia un desmesurado drama, es una realidad perfectamente composible
en un mundo responsable de portales mentales regidos por el impulso, el
insomnio y el miedo a dejar confeccionar al cerebro una visión que, llegada la
noche, es ciega, parcial e inconsciente.
No anaforicemos el discurso. Sabemos la importancia de equilibrar
nuestro estado mental activo-pasivo, pero ¿Y si alcanzado un punto en aquella
biblioteca emocionalmente inteligente olvidamos la prioridad de desconectar lo
anteriormente nombrado y somos reos del somatizado inconsciente que aflora en
un miedo a dejar escapar el conocimiento y las ideas se rigen por los impulsos
relegando nuestro consciente a un estado supeditado por un estado inadecuado de
desconexión?
Cogitarofobia;
miedo a
dejar de pensar (desconectar la reflexión) y obviar momentos de lucidez mental
que concurrirían en logros, expectativas, metas y logros personales. Este
estado se define como una actitud negativa que teme desconectar del estado del
pensamiento ante el miedo de imposibilitar, durante el tiempo invertido en la
distensión mental, el alcance de conclusiones, conceptos, teorías, trabajos o
metas individuales y trascendentales que luchan por ensalzar nuestra actitud de
autosuperación, así como logros personales. Es decir, el individuo no desea
irse a dormir porque por su mente siempre merodean conceptos sin atar, conceptos inconclusos, conceptos inconexos
que, en momentos de reflexiones alejadas de la satisfacción personal (tareas
del día a día que realmente realizamos como consecuencias de pautas sociales,
obligaciones y normas estrictamente esenciales para vivir), no tienen cabida en
el detenimiento mental. Llegado el momento de tiempo muerto (el cerebro no se
centra en nada más que desconectar), el individuo, ante una postura de insomnio
ligada al impulso de no poder obviar los conceptos que oscilan por su mente
como péndulos resolutivos, decide mostrar mayor interés e intenta cerrar o
finalizar los proyectos o conceptos abiertos hasta el momento.
Como síntomas directos, el individuo muestra insomnio, cambios de
temperatura drásticos, sudoraciones, estrés, nerviosismo, paranoia, y una clara
incapacidad para poder relegar cualquier pensamiento que acuda a su mente. Esto
se realiza de manera somática y es incontrolable por el individuo a medida que
los proyectos y mapas conceptuales no son cerrados, originando una cadena de
reflexiones que ocasiona un insomnio incontrolable; es incontrolable porque el
individuo acrecenta inconscientemente una postura autodidacta de apego hacia
sus resoluciones y desea concluir siempre los conceptos que subyacen en su
mente en los momentos menos indicados. Los momentos destinados a que el cerebro
distensione su carga voluntariamente controlable se convierten en un ciclo de insomnio
que lucha por concluir o eliminar los interrogantes surgidos en el individuo en
su día a día.
De esta manera, si el individuo va acumulando interrogantes y
horas de experiencia sobre alguna materia, inconscientemente intenta
concluirlos al postrar su cuerpo en la cama y dejar la mente en blanco. El
cerebro, al no divagar en tareas irrelevantes, acentúa su actividad en tareas
circunstancialmente importantes para el individuo, y si alcanzan gran materia
de complejidad, pueden ocasionar estrés, falta de autoestima, ausencia de
cohesión, falta de lucidez y un insomnio incontrolable si los interrogantes no
son concluidos.
“Realmente, no hablo de un miedo a la ausencia del pensamiento. El
individuo no teme a que ninguna voz interior se apague, sino a que dicha voz no
logre cumplir o concluir sus metas más preciadas. Esas metas que hacen que
nuestra vida cobre sentido”.
Finalizo con un ejemplo claro y conciso. El músico vive para la
composición y no puede permitirse perder una melodía relevante, por insignificante
que pueda parecer; componer significa recomponer ideas; partir de algo
inconcluso; trabajar un concepto en base a una intención que definitivamente
pueda lucir como algo equitativo pero esencial a la impresión planteada. Un
compositor no puede relegar nunca su cercanía a la música, ni si quiera cuando
duerme. De dicha manera, aunque el músico se halle en un profundo estado de
armonía y descanso, si una melodía destacable merodea a modo de chasquido por
su mente, este no duda en levantarse, sin importarle la hora, para anotar la
melodía y trabajarla. Incluso cuando un músico sueña, si una melodía le
despierta a las cinco de la mañana, la voluntad impulsiva del compositor le
obliga a levantarse y trabajar la melodía.
Recordemos la labor de
Antonio Vivaldi, gran compositor italiano del barroco. Su vocación religiosa no
le impidió correr y fraccionar la misa para componer lo que hoy en día
conocemos como Las 4 estaciones. Antonio Vivaldi inició sus labores y oficios
afines a la religión, alternando su vocación musical. Oficiando una misa, un
chasquido golpeó su cabeza y en ella sonaron las melodías más destacadas y
conformadas en las 4 estaciones. Antonio Vivaldi irrumpió la misa que estaba
oficiando y corrió fervientemente a apuntar aquellas melodías que surgieron
imprevisiblemente en su cabeza, relegando lo que simbolizaba el camino a priori
importante y que había escogido realmente; a pesar de que su vida giraba en torno al camino de la doctrina religiosa y los oficios relacionados con ella, Antonio
Vivaldi no dudó en tirar todo por la borda en ese momento y realizar lo que
realmente consideraba importante.
Esto no está explícitamente relacionado con el concepto que aquí
hemos decidido bautizar, Cogitarofobia, pero si es un símil bastante idóneo
para recrear el estado mental al que dicha fobia puede supeditarnos. El
individuo nunca ha de relegar el estado de omisión conceptual destinado a
descansar, pues como hemos dicho; “Sin desconexión estamos expuestos a
estropearnos paulatinamente, y ello es capaz de minar cualquier estado mental,
sobre todo si alcanza el matiz somático y la consciencia hunde raíces en la
inconsciencia más pura”. Y aunque no somos máquinas programadas, compartimos
una misma esencia; “Omitir la omisión de conocimientos y funcionamientos es
inherente a la vida mentalmente sana, aunque ello conlleve relegar las mayores
oportunidades que nos brinda el azar de alcanzar nuestras mejores
expectativas”.
Un momento, corrijo mi postura y aplico mi perspectiva subjetiva.
Es más equitativo relegar dichas oportunidades para poder tener un sueño sano,
pero es más frustrante no alcanzar aquella idea que te brinda la oportunidad de
hacerte crecer como persona, aunque sean las cinco de la mañana. Si realmente
quieres lograr algo, levántate a las cinco de la mañana para terminar aquella
idea que lleva semanas rondando por tu cabeza y que, aunque no te dejará
dormir, te hará más feliz que dormir 10 horas (este mismo concepto lo he
llevado arrastrando durante semanas y al final he acabado escribiéndolo a las
3:00 de la mañana tras la fiesta de Nochevieja, habiendo dormido 4 horas y
teniendo que madrugar para acercar a un amigo a la estación y estudiar).
*Este concepto de fobia no existe como tal, solamente es un concepto abstracto que llevo planteando durante mucho tiempo y que explica ciertas experiencias de la mente. Si existe algún concepto relacionado con la fobia planteada en este discurso, "Cogitarofobia", no he sido consciente de su existencia durante mi planteamiento. Este discurso no es ningún producto intertextual o pastiche ensamblado, todo parte en base a ideas concebidas y aisladas.